No se trata de demonizar los analgésicos, pero es cierto que en muchas ocasiones usamos más de la cuenta simplemente porque olvidamos lo que la naturaleza nos ofrece. ¿Sabes que la miel tiene un alto poder energizante, es antiinflamatoria, cicatrizante, combate la tos, suaviza la garganta…? Es decir, todos esos trastornos que, con el cambio de estación y la bajada de temperaturas amenazan nuestra salud. Es buena idea que no nos falte en la despensa este producto para afrontar los próximos meses.

A la hora de comprarla ten en cuenta que según el tipo de flor de que proceda la miel varían sus propiedades añadidas (ademas de las enumeradas más arriba, comunes en todas). Hay tantos tipos de miel como flores, cuyo néctar recoge la abeja para su elaboración. Un breve repaso a las más comunes a lo mejor te ayuda a elegir.

De Azahar. Es una miel de color muy claro, y tiene propiedades tranquilizantes.
De Brezo. Rica en mineales y de color oscuro, es muy buena para el hígado y los riñones.
De encina. Beneficiosa para el corazón y la circulación.
De Eucalipto. De color tostado, es la mejor para los resfriados y los pulmones.
De Romero. Muy suave, indicada para el estómago y la digestión.
De Tomillo. Indicada para las vías respiratorias altas.

Como prevención, tómala a diario, diluida en el café, infusiones, leche,  yogures, con queso…
No te fies de una miel demasiado líquida, puede haber sido quemada industrialmente. La miel pura, sin aditivos, es normal que se solidifique a baja temperatura. No la guardes en la nevera, no es necesario; nunca se estropea ni llena de moho, de hecho desde antiguo ha sido usada como conservante natural.

La miel contiene azúcares simples, más fáciles de asimilar por el organismo que el azúcar común, por lo que puede usarse como endulzante natural. Sus propiedades curativas se localizan en sus aceites esenciales. Su aporte calórico es similar al del azúcar y, como su poder endulzante es superior, se suele usar en menor cantidad. Además, el azúcar de mesa sólo aporta calorías vacías, debido a que su contenido en micronutrientes es muy escaso y no representa un aporte valioso para el organismo.
En cambio, la miel contiene más micronutrientes y en mayores proporciones. Entre ellos, calcio, magnesio, potasio, fósforo, ácido fólico y vitamina C. Además de otras vitaminas del complejo B en escasas cantidades.