El lago Titicaca, situado a 3.812 metros sobre el nivel del mar en la meseta del Collao, y cuya soberanía se reparten Perú y Bolivia, es la extensión de agua navegable de mayor altitud del planeta. Es fuente de misterios y cuna de civilizaciones antiguas, como la Incaica o la Tiahuanacota. Los primeros consideraban sagradas la Isla del Sol y la Isla de la Luna, ambas bañadas por las aguas del lago. La ciudad más importante de los segundos, Tiwanaku, a 15 kilometros al sur este del lago, tenía un puerto a sus orillas. Todos estos sitios arqueológicos, vestigios del pasado, se encuentran en terreno boliviano.

Sin embargo, no hay que olvidar la parte peruana del lago Titicaca cuanto menos curiosa. En la bahía de Puno, ciudad con poco atractivo adicional aparte del lago que le dio vida, existe un grupo de islas de número y tamaño variables habitadas por la rama peruana de la etnia Uru. Ellos no se autodenominan así, sino "hombres de agua" por motivos obvios, y aseguran que Uru era un término despectivo que empleaban los Aymaras para referirse a ellos.

Tradición y evolución en la cultura Uru

Si se visita el lago Titicaca, resulta obligado visitar las islas de los Uru por lo anecdótico del lugar. Dentro de sus costumbres arraigadas y de su forma de vida, lo que resulta más curioso es que los miembros de esta etnia residen en el interior del lago, en islas flotantes que ellos mismos construyen a través de la unión de bloques de raíces de totora, cuyas propiedades favorecen la flotación.

Sobre este lecho de bloques, anclado al fondo del lago, colocan hojas de totora seca a modo de suelo, sobre el que se camina descalzo, y se construyen chozas al estilo tradicional. Las islas, habitadas por varias familias, son de número y tamaño variable en función de las necesidades de sus miembros. Si hace falta más espacio basta con fabricar bloques adicionales a la isla. Si una familia de la isla entra en desavenencias irreconciliables con otra, se procederá a su separación, desatando o cortando su porción de terreno y mudándose junto a otras familias que decidan aceptarla.

*Foto: @Viaggio2014 en Twitter

Su economía siempre se ha basado en el intercambio de pescado y tejidos por todo tipo de alimentos y útiles que no se pueden conseguir en una isla flotante. Los hombres se dedican principalmente a la pesca y las mujeres son expertas tejedoras. Hoy en día, el turismo es su principal fuente de ingresos y existe un sistema de rotación para que todas las islas reciban visitas de turistas. Dentro de cada isla la solidaridad entre familias es absoluta; la familia que no consiga ventas un día, tendrá prioridad al siguiente para ofertar sus productos. De cualquier forma, es imposible no sucumbir a la tentación de adquirir como recuerdo cualquier producto artesanal fabricado en una isla flotante.

*Foto: @marcabtorin en Twitter

El progreso ha llegado poco a poco a esta etnia. En sus islas hay escuela, centros religiosos, taxis balsa, algunos paneles solares, un teléfono público y un pequeño hostal para aquellos turistas intrépidos que deseen pernoctar allí. La prosperidad asoma tímidamente la cabeza en este rincón del mundo cuyos habitantes, no obstante, toman del progreso lo estrictamente necesario y siguen abrazando sus tradiciones ancestrales.

  *Foto portada: @destinosincre en Twitter