El Teatro Akademia presenta Vísperas de la Beata Virgen
Charo Sánchez
Antonio Tarantino es uno de los dramaturgos europeos contemporáneos más interesantes y,a la vez, más desconocidos en nuestro entorno.
29/03/2016
Vísperas de la Beata Virgen, de Antonio Tarantino, está interpretada por Oriol Genís y Guillem Gefaell y se podrá ver en el Teatro Akademia del 30 de marzo al 17 de abril bajo la dirección Jordi Prat y Coll. Tras su exhibición en la Sala Beckett, de Barcelona, durante cuatro ...
Vísperas de la Beata Virgen, de Antonio Tarantino, está interpretada por Oriol Genís y Guillem Gefaell y se podrá ver en el Teatro Akademia del 30 de marzo al 17 de abril bajo la dirección Jordi Prat y Coll. Tras su exhibición en la Sala Beckett, de Barcelona, durante cuatro días, el Teatro Akademia recupera la obra para que el público pueda disfrutar y conocer este trabajo. El autor ve aflorar el mundo antiguo en nuestra realidad contemporánea, una mirada que se corresponde con la ruta que la Akademia está intentando seguir desde su inicio.
Respecto a la obra en sí, Vísperas de la Beata Virgen forma parte de una tetralogía que el autor define como su "tetralogía del cuidado", un proyecto que, partiendo de los mitos evangélicos, revisa los grandes mitos de Antígona y Medea. Unas tradiciones que el autor considera sumergidos en las oscuras profundidades del subconsciente colectivo que para los europeos es el mundo antiguo.
Antonio Tarantino escribió Vísperas de la Beata Virgen después de un suceso. Conocía la historia de un chico que vivía en su mismo edificio y que había empezado a prostituirse travestido, cerca del cuartel Cavalli, donde había hecho el servicio militar unos meses antes. Este hecho le había provocado un violento conflicto con su padre, el cual había terminado abandonando el hogar familiar. Un día se enteró de que aquel chico se había suicidado y el hecho le llevó a escribir una nueva versión de la historia: Una noche, un padre y una llamada telefónica del hijo donde le confiesa su intención de suicidarse.
Así, el dolor extremo por la pérdida del hijo se ve reconvertido en un esfuerzo casi sobrenatural de dignificación de la existencia humana. Desde una espontaneidad tragicómica que, seguramente, convierte al protagonista de este monólogo en uno de los grandes personajes del teatro contemporáneo. Un dolor que, en lugar de ser paralizador o castrador, se convierte en motor de la grandeza poética y, sobre todo, de la grandeza ética.
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