Capítulo 2: Cumbre Elbrus, ascensión al techo de Europa

La segunda parte de la aventura se centra en la fuerza necesaria para avanzar un paso más y la de la intensidad de las sensaciones al tomar consciencia del lugar y el momento vividos.

04/03/2014

Fuerza Superada la diagonal me dispuse a recorrer el tercer tramo, una nueva diagonal en ligero descenso que conduce al collado que separa las cumbres este y oeste del Elbrus. Aunque me encontraba físicamente bien, a más de 5.000 metros mi mente empezaba a funcionar diferente, más lenta e imprecisa, de ...

Fuerza

Superada la diagonal me dispuse a recorrer el tercer tramo, una nueva diagonal en ligero descenso que conduce al collado que separa las cumbres este y oeste del Elbrus. Aunque me encontraba físicamente bien, a más de 5.000 metros mi mente empezaba a funcionar diferente, más lenta e imprecisa, de ahí mi dificultad para determinar la longitud de este tramo. Podría ser de unos 300 metros.

El transitar por ellos resultó perfecto para inyectar moral después de tanto subir y subir sin una sola repisa plana. Al llegar al collado descargué la mochila de mi espalda, puse la chaqueta de GoreTex sobre la nieve y me senté encima de ella. ¡Había llegado el momento de descansar y alimentar el cuerpo!

No tenía hambre, pero para seguir avanzando con garantías y alejar cualquier sombra de “pájara” tenía que reponer el combustible consumido. Me hice con un par de galletas que me obligué a tragar. El agua me ayudó a conseguirlo. Sabía fatal, era malísima. Procedía de la nieve del glaciar, que una vez fundida y hervida sabía a no-sé-qué. Sospecho que tan mal sabor era consecuencia directa de las pérdidas de aceite y gasóleo de las Retrak, las quitanieves y transportes orugas que se mueven por la zona de Barrels. Ni siquiera las pastillas que utilizo para enriquecer con sales y minerales el “vacío” del agua de glaciar podía enmascarar el asqueroso sabor. Hasta tal punto me repugnaba esa mezcla que en un intento desesperado por mejorarla decidí añadirle otro líquido que también me resultaba repugnante, aunque menos. Era el zumo de cereza que la cocinera de Barrels nos había dado. Pero ni por estas. Seguí con la sensación de hidratarme con residuos de petróleo.

Una vez nutrido e hidratado por obligación, seguí un tiempo más sentado, escuchándome. Nada protestaba en mi interior. Tampoco en mi exterior. La conclusión fue rápida: estaba bien y, por tanto, confiado de superar lo que quedaba por delante. La decisión de marcar mi propio ritmo fue un acierto para llegar al collado con tan buenas sensaciones. Estaba sólo a unos 300 metros de desnivel de la cumbre. Dicho de otro modo, a menos de dos horas de ver un buen pedazo de Europa desde arriba. Tenía la moral alta.

Intensidad

Tal vez por tal cúmulo de buenas sensaciones sentí de nuevo un momento mágico. Miré a mí alrededor y pensé en la suerte que tenía de estar donde estaba y de vivir lo que vivía. Recuerdo que elevé un pensamiento de agradecimiento a la montaña por lo bien que me estaba tratando hasta entonces y le pedí unas horas más de aquella paz.

Antes de empezar esta aventura, cuando sólo alcanzaba a imaginar lo que sería, temía a los vientos casi permanentes que azotan las laderas y cumbres del Elbrus. El extinto volcán se encuentra aislado del resto de montañas cercanas y unos mil metros por encima de todas ellas, por eso siempre está barrido por fuertes vientos que hacen bajar muchísimo la sensación térmica y convierten la nieve en peligroso hielo. Pero aquel 8 de agosto era una excepción, como también lo fueron los seis días anteriores. Sin embargo para el 9 y 10 se esperaba un cambio radical de tiempo, un frente tormentoso… No nos pillaría.

Puesto en pie, estudié el largo flanqueo en diagonal ascendente que tenía ante mí. La cumbre no se veía desde el collado, quedaba escondida, pero podía sentirla muy muy cerca.

Transcurridos unos diez minutos, quizás quince -el tiempo en altura tiene algo de relativo-, recogí los bártulos y respiré todo lo profundamente que pude antes de reiniciar la marcha. Fueron pocos pasos, pues me encontré de frente con Pepa y Andrés, los primeros del equipo en hacer cumbre y también en iniciar el descenso. Primeros besos, abrazos y felicitaciones. Primeros “ya lo tienes, Lluís”. Sin más demora, ellos siguieron su descenso. Yo seguí mi ascenso.

Con la nieve perfecta y las puntas de los crampones bien clavadas en ella, inicié el último flanqueo importante de la ascensión. También el de mayor inclinación y el más expuesto, aunque sin alarmismos gracias a una nieve poco menos que ideal. A esta altitud y con esta pendiente, mi ritmo era de 25-30 pasos antes de parar, respirar y bajar un poco las pulsaciones y la potencia de cada sístole y diástole de mi corazón. Me acercaba a los 5.400 metros y percibía que muchos de los montañeros que tenía alrededor sentían y mostraban los efectos de la altura. Algunos andaban como zombies, extremadamente lentos e incluso tambaleándose. Otros no andaban, sencillamente estaban tumbados, completamente mareados, con náuseas y vómitos. Es la borrachera que a muchos provoca la altitud.

Esta escena siempre resulta dura, al menos para unos ojos despiertos y una mente bastante lúcida, como lo estaba aún la mía. ¿Por qué? Porque en otras ocasiones o momentos ellos has sido tú, por eso cuando ves aquellas personas sabes lo que están pasando, lo que sufren en su empeño de ir un poco más arriba, en su voluntad de luchar para seguir y desoír el deseo de retirada…

De repente, mientras intentaba centrarme en dar unos pasos más llegaron más besos, abrazos y felicitaciones. También un “Lluís, está aquí mismo”. Esta vez me reencontraba con Coque, Chiri, Eloy, Montse, Quim y Marc, que ya habían hecho cumbre. Sus pasos eran más ligeros, hacia abajo y con la satisfacción de “haber estado arriba”. A mí aún me tocaba seguir dando un paso tras otro sobre la nieve, pendiente arriba, y con la concentración necesaria para no cometer ningún error, ningún paso en falso…

Pocos metros antes de finalizar el flanqueo y dar el último giro, esta vez a la izquierda, aparecieron Carlos, Nuria y Jacobo. Les grité un “¡Viva Asturias!” al que ellos respondieron contentos con un “¡Y viva Cataluña!”. De nuevo, la emoción del reencuentro y del éxito tomó forma de besos y abrazos emocionados y sinceros. 

Continuará.....

Para que la relación de pareja mejore con los años
Qué es el skin dieting del que todo el mundo habla
¿Cómo funciona el cerebro cuando nos `enamoramos´?

Cookie Consent

This website uses cookies or similar technologies, to enhance your browsing experience and provide personalized recommendations. By continuing to use our website, you agree to our Privacy Policy

Nuestros Podcasts

¿Quieres escuchar nuestros podcast ? Únete a nuestra comunidad y sumérgete en un mundo de inspiración y empoderamiento para la mujer moderna.

Las últimas tendencias en salud, maternidad, viajes, cultura y feminismo en nuestra revista.

Acceso a noticias y newsletters exclusivas

Descarga de materiales únicos, como webinars, podcasts o vídeos

¿Te lo vas a perder?

Acceder