Cuando se produce un desequilibrio entre la producción y la reabsorción del humor acuoso, la tensión ocular aumenta. Aunque no se conocen las causas concretas, algunos expertos la asocian a una lesión ocular, una enfermedad de los ojos, el consumo de ciertos medicamentos (esteroides, ansiolíticos y antidepresivos), a la presencia de depósitos lipídicos en la córnea, etc.

Los valores de presión normal se encuentran alrededor de 15 mm. de Hg. aceptándose un rango de 5 mm. de Hg. más o menos. Así, los valores entre 10 y 20 mm. de Hg. se consideran tensiones normales. De manera general, a partir de 21, sería alta y, por debajo de 6, baja. Además, puede variar a lo largo del día, por la actividad física realizada o por generar tensión con el párpado en el momento de su medición. También los aparatos de medida pueden provocar fluctuaciones.

Es muy importante que, de manera general, se determine su valor en las revisiones rutinarias con el oftalmólogo, especialmente quienes presentan factores de riesgo para el desarrollo de glaucoma como los que tienen antecedentes familiares, personas diabéticas, mayores de 50 años o con miopía elevada.

En un estudio ocular completo, el oftalmólogo puede realizar varias pruebas (tonometría, gonioscopia, oftalmoscopia, etc.) en función de sus necesidades. Para medir la presión intraocular se utiliza, normalmente, un tonómetro de aire. Este aparato inyecta una corriente de aire hacia la córnea, para aplanarla y medir su resistencia a la deformación. El paciente suele describir que percibe la sensación de “golpe” en el ojo, y por ello lo cierra como mecanismo de defensa. La necesidad de repetir la prueba no debería preocuparnos porque no presenta efectos secundarios.

Por sí sola no provoca glaucoma, por ejemplo, pero se considera un importante factor de riesgo. Quienes presentan un valor elevado, deberían realizar controles regulares y completos de sus ojos y analizar los signos asociados a la aparición del glaucoma. Especialmente cuidadosos deben ser los pacientes con valores muy altos porque podría provocar el daño en el nervio óptico y la pérdida de visión que va unida a esta circunstancia.

No suele provocar síntomas que hagan pensar al paciente que “algo está pasando” por lo que las revisiones oculares periódicas son la mejor medida preventiva que podemos tomar. El tratamiento debe pautarlo el oftalmólogo y ser administrado de manera adecuada. Se pueden utilizar fármacos específicos y suele acompañarse de medidas concretas que suponen cambios de hábitos perjudiciales.

Se recomienda eliminar el alcohol y el tabaco, seguir una dieta sana y equilibrada rica en antioxidantes y vitaminas (C, B1, carotenos, licopeno, luteína y zeaxantina), cocinar de manera sana, reducir la ingesta de carbohidratos, harinas refinadas, alimentos procesados, etc., medidas encaminadas a reducir los radicales libres y el estrés oxidativo a nivel celular.