Cuando hablamos de sobremesa nos referimos a la definición del término relacionada con el período de tiempo que los comensales permanecen en la mesa tras la comida hablando entre sí. Lo malo es que no nos dedicamos solamente a eso; aprovechamos el momento para seguir picoteando todo lo que aún no se ha recogido: pasteles, bombones, cafés, licores, etc. acompañan a esta conversación y constituyen el “problema” al que nos referimos y que puede alterar completamente nuestro sistema digestivo.

La regulación del apetito depende también de factores externos, por lo que esa mayor oferta de comida a nuestro alcance genera un incontrolable deseo de ingerirla aunque ya no tengamos apetito realmente. Además, nos inclinamos por consumir alimentos dulces y grasos, en lugar de optar por otros más ligeros, lo que provoca que la ingesta calórica se multiplique exponencialmente.

Lo más frecuente es que se encuentre en la mesa una variedad de alimentos como los frutos secos,bombones o pastas variadas ricas en materia grasa que, al ser ingeridos, modifican las sensaciones de saciedad y hambre. Nuestro organismo “se despista” y libera determinadas sustancias que generan una mayor apetencia por la comida grasa lo que, mantenido en el tiempo, puede provocar obesidad y, en el momento, una indigestión.

También se ha comprobado que cuanto mayor es la variedad de alimentos más se estimula nuestro deseo de comer. ¿No te ha ocurrido cuando te plantas delante de un bufet de desayuno en un hotel? Aunque pertenezcas al amplio grupo de personas que no suelen comer nada al levantarse, cuando se te presentan todas esas “tentaciones” no puedes resistirte y acabas comiendo mucho más de lo deseable. Lo mismo sucede durante la sobremesa. Ver, oler, percibir lo que tienes ante ti, no te facilita renunciar a ello sino todo lo contario.

Algunos expertos hablan de un “fenómeno de adaptación” refiriéndose a la alteración consistente en comer sin límite y/o de manera compulsiva cuando una persona susceptible se encuentra ante alimentos ricos en grasa y azúcar. Las explicaciones son variadas: unos señalan que se produce la activación del “sistema de recompensa” del cerebro que anima a consumirlos sin control; otros refieren un “fenómeno de resistencia” por el que no se activan las señales de saciedad que provoca una ingesta excesiva.

Una buena sobremesa resulta de lo más agradable y, con la velocidad a la que vivimos habitualmente, poder disfrutarla constituye un verdadero lujo. No es necesario renunciar a ella; simplemente moderar un poco el consumo de los manjares que tenemos a nuestro alcance y comerlos lentamente para que su sabor perdure y podamos “engañar” a nuestro organismo.