La faringitis es la inflamación de la faringe y suele asociarse frecuentemente a la amigdalitis o inflamación de las amígdalas palatinas. Sus síntomas oscilan desde una sensación de picor o sequedad de la garganta hasta un dolor intenso que impide tragar. Normalmente se presenta dolor o picor en la faringe, dolor o dificultad para tragar, sequedad de garganta, dolor de las glándulas del cuello o la mandíbula, amígdalas enrojecidas, manchas blancas en las amígdalas, ronquera, etc. En ocasiones pueden aparecer fiebre y mocos, por ejemplo, o una combinación de todo.

La existencia de alergias, la exposición a compuestos irritantes, la sinusitis crónica, la debilidad del sistema inmunitario, el trabajo en lugares cerrados o el consumo de tabaco pueden favorecer su aparición. Los niños y adolescentes son más propensos a padecerla.

El diagnóstico debe realizarlo el médico. El tratamiento dependerá de la causa que la haya provocado. Si se debe a una infección bacteriana se utilizarán antibióticos específicos administrados según las pautas del médico. En caso de faringitis aguda se incluyen medidas encaminadas a reducir las molestias faríngeas y los síntomas generales o respiratorios asociados.

Se recomienda:

-Ingerir alimentos blandos, incluso en forma de puré para facilitar su deglución.

-Chupar caramelos o pastillas específicas para reducir la inflamación.

-Tapar la garganta para que no se enfríe.

-Evitar el aire acondicionado y los cambios bruscos de temperatura.

-Descansar de forma adecuada y no abusar de la voz gritando innecesariamente.

-Aumentar el consumo de líquidos para mantener hidratada la garganta.

-Consumir helados sea cual sea la época del año.

-Suprimir el tabaco, el alcohol, las comidas picantes y especiadas o muy calientes.

-Evitar los ambientes polucionados y los cambios de temperatura ambiental. Mantener una humedad apropiada utilizando un humidificador.

-Realizar gárgaras de agua tibia con sal, alguna bebida alcohólica, tomillo y limón, miel y limón, etc. varias veces al día.

-Consultar al médico el consumo de tratamientos sintomáticos: analgésicos, anestésicos locales, etc.

La prevención pasa por evitar el contagio, muy importante especialmente en el caso de los niños. Lavarse las manos, evitar compartir artículos contaminados (vasos, cucharas, juguetes, etc.), toser o estornudar con un pañuelo de papel delante de la boca y la nariz, taparse la boca y garganta con un pañuelo o bufanda, etc. pueden ser mecanismos muy útiles para reducir la transmisión si el origen es infeccioso.

No es una patología grave y la recuperación, normalmente, es rápida y completa, pero debe ser tratada por el médico. Si surge alguna complicación, será necesario aumentar el tratamiento o incluso modificarlo. Cualquier decisión en ese sentido debe ser indicada por el médico. No te molestes si, inicialmente, no pauta un antibiótico, ya que no es imprescindible en todos los casos y así se evitan problemas relacionados con el consumo excesivo de estos fármacos.