Los expertos señalan la existencia de varias distorsiones que afectan al proceso de formación de la voluntad. Durante este proceso de formación pueden aparecer factores inherentes a la persona o inducidos por el entorno que introducen modificaciones en el mismo o lo paralizan. Algunos escapan al control racional (como el ofuscamiento ...
Los expertos señalan la existencia de varias distorsiones que afectan al proceso de formación de la voluntad. Durante este proceso de formación pueden aparecer factores inherentes a la persona o inducidos por el entorno que introducen modificaciones en el mismo o lo paralizan.
Algunos escapan al control racional (como el ofuscamiento invencible, la pasión irrefrenable, el alcoholismo y la drogadicción), pero otros pueden ser tratados. Destacarían:
1. La falta de convicción
Cuando no estamos convencidos de la acción elegida, será muy probable que desistamos de realizarla. Las dudas generan inseguridad y disminuyen las expectativas sobre el resultado esperado.
Las dudas pueden deberse a las consecuencias que podrían darse si no se produce el resultado previsto, sobre la capacidad personal o la suficiencia de los recursos disponibles.
Uno de los peligros de la duda es que puede hacer cambiar la actitud, el comportamiento o las emociones de una persona hacia algo o alguien, lo que nos convertiría en personas manipulables.
2. Falta de motivación suficiente
La motivación está asociada al valor que tenga para nosotros el resultado de la acción, de forma que cuanto más satisfacción y beneficios nos reporte más ilusión tendremos en conseguirlo.
Cuando las expectativas placenteras sobre el resultado esperado se ven superadas por las dificultades que comporta (reales o imaginarias) nos empeñamos en encontrar excusas para no llevarla a cabo y aparecen la abulia, la pereza, la procrastinación, los prejuicios y el autoengaño, que inducen a que la propia mente invente una justificación para retrasar o anular la acción elegida.
3. Conflicto entre la razón y la emoción
En este aspecto puede enmarcarse la teoría de la disonancia cognitiva del psicólogo León Festinger, que se refiere a la incomodidad, tensión o ansiedad que experimentan las personas cuando sus creencias o actitudes entran en conflicto con lo que hacen (por ejemplo, sabemos que deberíamos castigar a nuestro hijo, pero al final no lo hacemos porque nos sentimos mal). Este displacer puede llevar a un intento de cambio de creencias o actitudes (incluso llegando al autoengaño) para reducir el malestar que producen (un ejemplo típico es el del fumador que dice: "fumar dos o tres cigarrillos al día no hace daño").
En la mayor parte de nuestras acciones suelen confluir fuerzas emocionales, tanto positivas (amor, ilusión, altruismo, responsabilidad y obligación) como negativas (miedo, ira, vergüenza y celos) que afectan a nuestra decisión impulsándola o rechazándola.
La lucha entre lo que la razón nos dice que deberíamos hacer y lo que la emoción nos incita a hacer (sobre todo cuando está bajo el dominio de las pasiones) genera tensiones internas que pueden modificar la voluntad y suprimir la acción (como el miedo a sufrir un dolor físico en una prueba médica o la vergüenza de hablar en público).
Cualquiera de estos factores o su combinación provocan una reducción del autocontrol y nos arrastran a realizar acciones impulsivas con efectos poco previsibles.
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