Puede describirse crecimiento personal como un proceso de permanente evolución que depende de la posición personal (que supone un cierto grado de conocimiento sobre las limitaciones y las cualidades positivas que en cada momento determinan la forma de ser y actuar) adoptada por cada uno ante la propia existencia.

Suele asociarse al concepto de cambio, pero no siempre implica que desaparezca totalmente la identidad. En ocasiones, el crecimiento supone un cambio en ella, pero lo más frecuentemente es asumir o profundizar en algunos elementos que ya formaban parte de la identidad personal.

El grado de conocimiento que generará el crecimiento personal puede ser natural (percibido como una característica presente desde siempre que sea preciso trabajar permanentemente) o adquirido (tras vivir experiencias vitales intensas, por ejemplo).

Existen importantes diferencias individuales a este nivel que suelen relacionarse con el entorno familiar. Cuando un niño llega a un sistema familiar adquiere un rol de aprendiz. Las características del sistema familiar facilitarán o dificultarán que llegue a ser un adulto capaz de seguir evolucionando correcta y permanentemente a lo largo de su vida.

Los expertos señalan que el crecimiento personal viene determinado por dos tendencias claras:

1-La tendencia a la confirmación, que implica persistir en lo que ya se es.

2-La tendencia al cambio, que genera el abandono de lo que uno percibe como negativo y adquirir lo que percibe como positivo, que implica cambiar algún aspecto.

Estas dos tendencias no son opuestas porque, en un verdadero proceso de crecimiento personal, interactúan de manera bidireccional. El crecimiento se inicia desde lo que una persona ya es y supone, en cierto modo, dejar de ser lo que uno es y realizar un cambio.

La adaptación al (y del) sistema familiar tiene lugar mediante un proceso de retroalimentación constante entre lo que hace el niño y lo que hacen sus progenitores o cuidadores iniciales. Los adultos sienten la necesidad de controlar y predecir lo que va a suceder con los niños que provoca una reducción de las posibilidades de experiencia que de sí mismo, de los otros y del mundo que van a permitir disfrutar al niño del que se consideran totalmente responsables.

Estas limitaciones tienen aspectos positivos como el de facilitar la imprescindible simplificación y adaptación de la complejidad de la realidad que permita al niño adaptarse a ella en cada etapa de su vida. Pero, si es excesiva, puede limitar el desarrollo actual o futuro del niño, generando una situación de inadecuada protección que reduzca su crecimiento personal.

Encontrar el punto de equilibrio puede resultar complicado, especialmente en la adolescencia, por lo que puede ser recomendable acudir a un especialista para organizar correctamente esta dinámica familiar.