India es otro mundo, otra cultura, otra realidad. Al menos a la mía y a la que he estado acostumbrada toda mi vida. Una realidad existente que, en cierto modo, más que cambiarme, me ha conectado aún más y ha supuesto un pasito más hacia mi camino espiritual. Si bien es ...
India es otro mundo, otra cultura, otra realidad. Al menos a la mía y a la que he estado acostumbrada toda mi vida. Una realidad existente que, en cierto modo, más que cambiarme, me ha conectado aún más y ha supuesto un pasito más hacia mi camino espiritual.
Si bien es verdad que, al llegar a Nueva Dehli, el ruido extremo de los claxon de los coches, de los tuc-tuc, el gentío y en sí, la gente hindú me abrumó demasiado y, por un momento, quise volver al aeropuerto y a Madrid, algo que se me pasó por la cabeza, pero que, en seguida se me pasaría, a pesar de no parar de ver a una ingente masa de indios que paseaba sin control y purulaba por las calles y conducían por las carreteras como intentando llegar a algún lugar lo antes posible, algo que me sorprendió bastante (y no para bien).
En el país de la espiritualidad por excelencia, de donde es originario el yoga, la meditación y, por ende, el silencio por bandera y como una forma de vida, era el mismo país donde nunca había experimentado más ruido en mi vida y en tan poco espacio de tiempo. Ruidos de coches, las bocinas, que además, mi sensación fue de que las tocaban sin sentido y sin un por qué, solo por hacer ruido y ver quién es quien llega antes a la meta o a su destino final.
Esta fue la primera contradicción, y por ello, reconozco que tuve un poco de rechazo a la ciudad de Dheli. Además, por supuesto, de ver extrema pobreza en medio de grandes tiendas de lujo, entre otras cosas.
El olor a comida por todas partes, especialmente, a especias, y un montón de vacas que formaban parte del paisaje y de la vida cotidiana de los hindúes, fue otra de las muchas contradicciones que parecían otorgarle al mismo tiempo una especie de singular encanto (o por lo menos que yo hubiera visto hasta entonces) a la ciudad.
Solo unas horas más tarde y, después de pelearme con algún taxista por querer sacarme el doble de rupias durante mis trayectos por Dehli, al fin llegué a Rishikesh. Pero allí todo fue bastante distinto. Las grandes montañas, los mercadillos y, sobre todo, el río ganges hacía que las gente de por allí exhumaran belleza sin pretenderlo, se respiraba algo más de verdad y honestidad, a pesar de las múltiples escuelas y centros de formación sobre yoga, algo que huele mucho a negocio para con los turistas, lo cierto es que las calles me hicieron sentir como libre.
De repente, y siendo consciente de todo, a pesar de todo, se respiraba autenticidad, paz y espiritualidad.
De noche llegué a Ekam Yoga Shala, y se presentaba ante mi un gran reto: las siete clases diarias desde las 06: 00 am de la mañana, todos los días durante dos semanas y en inglés supondía para mí un gasto energético tremendo. Pero los días, para mi asombro, pasaron rápido, mis ganas de aprender, y todo lo aprendido, en parte, gracias también a los compañeros del curso y a los profesores, muy agradables y profesionales; una sorpresa muy agrandable, que no esperaba y que hicieron mi estancia mucho más rica, enriquecedora y bonita.
No podía creerme que me satisfacería tanto todo lo que allí estaba escuchando y aprendiendo y que, hasta hoy, lo quiero asimilar y no quiero perderme nada. En definitiva, viajar, perderte y encontrarte es, en definitiva, vivir, y es vivir en búsqueda de tu yo más profundo; se trata de una experiencia vitalicia que, realmente, no es comparable con nada más que, quizás, la sensación de traer y educar a otro ser humano en este mundo.
Gracias por todo, por haber hecho posible essta experiencia, por los aprendizajes y por esclarecer un poco más hacia este, mi camino y el sentido de mi vida.
Gracias por esta experiencia tan enriquecedora.
Volveré.
-Namasté : )
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