A veces creemos que comer sano es cuestión de fuerza de voluntad. Pero la realidad es que muchas de nuestras decisiones alimentarias tienen más que ver con el entorno que con el autocontrol. Y ahí es donde tu cocina puede convertirse en tu mejor aliada (o en tu gran enemiga). El ...
A veces creemos que comer sano es cuestión de fuerza de voluntad. Pero la realidad es que muchas de nuestras decisiones alimentarias tienen más que ver con el entorno que con el autocontrol. Y ahí es donde tu cocina puede convertirse en tu mejor aliada (o en tu gran enemiga).
Según varios estudios de neurociencia del comportamiento, nuestro cerebro toma muchas decisiones en piloto automático. En el caso de la comida, eso significa que tendemos a consumir lo que está más a la vista, lo que es más accesible o lo que nos resulta más familiar.
Entonces, si cada vez que abres la despensa te reciben las galletas, las patatas fritas o el pan blanco, lo más probable es que acabes comiéndolos sin pensar. Pero si lo primero que ves son nueces, frutas deshidratadas o crackers integrales, las probabilidades varían.
Antes de reorganizar, toca hacer revisión. Saca todo lo que tienes en la despensa y clasifícalo en tres grupos:
No se trata de tirar nada, sino de ser consciente y decidir qué productos quieres priorizar a partir de ahora.
Lo que se ve, se come. Así que cambia el orden de las cosas: coloca los alimentos saludables a la altura de los ojos o en los estantes más accesibles. Usa tarros de cristal, cestas o etiquetas para que sea fácil identificar lo que tienes.
Frutos secos, avena, quinoa, arroz integral, semillas, infusiones… Todo lo que quieras consumir más, colócalo en primer plano.
Ordena los alimentos por uso: desayunos, legumbres y cereales, ingredientes para ensaladas, especias, snacks saludables… Eso hará que cocinar o improvisar sea más fácil y rápido, y que recurras menos a opciones menos saludables.
También puedes dedicar una balda para preparar tus "kits" de comidas rápidas: por ejemplo, un bote de lentejas cocidas, una bolsita de arroz y un tarro de pesto casero.
Lo mismo aplica a la nevera. Usa cajitas o recipientes transparentes para agrupar verduras cortadas, frutas listas para consumir o proteínas ya cocinadas. Así no acabarán en el fondo olvidadas.
Un truco: deja a la vista yogures naturales, hummus, huevos cocidos o fruta cortada. Cuanto más fácil lo pongas, mejor comerás.
Porque sí, también tiene que haber lugar para el placer. Puedes destinar un cajón o caja a esos caprichos que te hacen feliz: chocolate, algún snack o galletas. El secreto está en que no sean lo primero que ves, sino un recurso puntual que eliges desde el deseo y no desde la ansiedad.
En definitiva, comer mejor no es cuestión de castigo ni de perfección. Se trata de crear un entorno que facilite lo que tú quieres conseguir, sin que tengas que luchar contigo misma cada día.