Las generaciones de madres y padres que ahora tienen entre 60 y 80 años tuvieron una manera muy diferente de criar. Y es que lo que dictaban los pediatras y la sociedad de aquella época iba a misa.

No se cogía demasiado a los bebés en brazos, aunque llorasen, porque se acostumbraban y luego tendrías que llevarlos hasta que fueran a la universidad. El chupete era obligatorio, para calmarles, y las ventajas de la lactancia, hoy en día ampliamente reconocidas, fueron silenciadas o menospreciadas ante las demandas de un incipiente mercado laboral femenino que necesitaba que sus trabajadoras se reincorporaran lo antes posible al trabajo, por no hablar de los intereses de los fabricantes de las nuevas "leches de fórmula" que se frotaban las manos ante las expectativas de un mercado que tenía todo el camino por recorrer.

En definitiva, maneras de criar muy distintas, y muy respetables teniendo en cuenta las circunstancias de cada época, que sin embargo hoy chocan con todas las nuevas corrientes de "crianza con apego" y "crianza respetuosa". Dentro de estas nuevas maneras de acompañar el crecimiento de las niñas y niños, ocupa un lugar privilegiado el porteo, es decir, llevar al bebé encima mediante algún método de sujeción: Mochila, pañuelo o cualquier tipo de portabebé.

No se trata de una cuestión económica, ya que normalmente se combina con el uso de carritos, porque obviamente supone un esfuerzo físico para los padres, especialmente para la madre tras el esfuerzo del parto. Pero sí se trata de una cuestión de apego y bienestar emocional para el bebé. Son muchas las sociedades ancestrales que, hoy en día, siguen porteando a sus bebés como lo han hecho toda la vida.

Imaginemos, porque todos lo hemos vivido en algún momento, aunque no lo recordemos, que llevamos nueve meses dentro de mamá: calentitos, escuchando su corazón, el correr de sus fluidos, su voz en eco, sintiendo su movimiento… y de repente salimos fuera, y ya no sentimos esa protección, esa conexión, ese contacto. Aquí están las claves de por qué el porteo gusta tanto a bebés y a mamás, y también a los padres, que de este modo pueden llegar a acercarse sutilmente a la conexión de una madre con su hijo o hija.

Contacto piel con piel, cercanía, calor, seguridad, apego y un vínculo de confianza materno y paterno-filiar para toda la vida. Todo eso aporta el porteo a las familias. Como mínimo, vale la pena probarlo.