El orden está bien… pero no a cualquier precio Claro que el orden ayuda. Nos da estructura, nos tranquiliza la vista y puede hacernos la vida más fácil. Pero también es cierto que no siempre se puede mantener, y que no siempre es lo más importante. ¿Quién no ha pasado por ...
Claro que el orden ayuda. Nos da estructura, nos tranquiliza la vista y puede hacernos la vida más fácil. Pero también es cierto que no siempre se puede mantener, y que no siempre es lo más importante. ¿Quién no ha pasado por una etapa en la que simplemente no llegaba a todo? Una mudanza, una maternidad reciente, un duelo, una época de mucho trabajo o simplemente un bajón emocional. En esos momentos, exigirnos que todo esté impecable es añadir más peso a una mochila ya cargada.
La pregunta es: ¿estamos ordenando para sentirnos mejor o para no sentirnos culpables?
Porque esa es la trampa: cuando el orden se convierte en una medida de autoexigencia en lugar de una herramienta de autocuidado. Cuando recoger la casa ya no es un gesto para estar mejor, sino una presión más en la lista interminable de "cosas que tengo que hacer sí o sí".
A veces, ese montón de ropa sin doblar o esa encimera caótica no es más que el reflejo de cómo nos sentimos por dentro. ¿Te ha pasado? Días en los que no puedes más, y decides priorizar una conversación con tu hija, un paseo al sol o simplemente tirarte en el sofá porque tu cuerpo te lo pide. Y luego viene la culpa… como si por no haber dejado la casa perfecta fueras menos válida. Pero no lo eres.
No eres menos profesional por tener papeles sin archivar. No eres menos madre por no tenerlo todo bajo control. No eres menos mujer por no tener la nevera ordenada como en Pinterest. Eres humana. Y eso ya es suficiente.
Reconciliarte con el caos no significa rendirte, sino cambiar el enfoque. No se trata de vivir entre montañas de cosas, sino de soltar un poco la obsesión por el control total. De entender que hay un orden que es solo tuyo: funcional, íntimo, flexible. Un orden que no aparece en las revistas pero que te sostiene cada día.
Puedes empezar por hacerte algunas preguntas:
Estas preguntas no buscan que lo dejes todo patas arriba, sino que elijas con conciencia dónde pones tu energía. Que el orden esté a tu servicio, y no tú al servicio del orden.
Y si te apetece, inventa tus propios pequeños rituales. Un rincón bonito que mantienes con cariño. Una cesta donde tiras papeles sabiendo que ya los revisarás. Un gesto simple como doblar una manta o encender una vela puede ser tu manera de decirte "aquí estoy, aunque hoy no tenga fuerzas para más".
Aceptar cierto desorden no es sinónimo de dejadez. Es darte permiso para respirar, para priorizarte, para vivir como puedas y no como te exigen. Porque tal vez el orden no sea lo primero… pero tu bienestar sí debería serlo.
Y eso, amiga, a veces significa dejar que las cosas no estén perfectas. Pero tú, sí.