Cuando las emociones dejan huella en el rostro Nuestra piel y el sistema nervioso están más conectados de lo que pensamos. Se desarrollan a la vez en la etapa embrionaria, así que no es de extrañar que cuando una está alterada, la otra lo note. El estrés, por ejemplo, dispara el ...
Nuestra piel y el sistema nervioso están más conectados de lo que pensamos. Se desarrollan a la vez en la etapa embrionaria, así que no es de extrañar que cuando una está alterada, la otra lo note. El estrés, por ejemplo, dispara el cortisol, esa hormona que, entre otras cosas, puede aumentar la grasa, provocar inflamación y frenar la regeneración celular. El resultado: piel más apagada, granitos, rojeces, tirantez… ¿Te suena?
Y lo mismo pasa con el cansancio emocional, la ansiedad o incluso la tristeza prolongada. ¿Alguna vez te has mirado al espejo después de una temporada complicada y has pensado: "parezco otra"? Esa palidez o ese aspecto "de caída" tiene explicación. Las emociones afectan el flujo sanguíneo y la oxigenación de la piel, y se nota.
Pero no todo son malas noticias. También ocurre al revés: cuando estás en una etapa más tranquila, duermes mejor o te sientes más en equilibrio, tu piel responde. Más luz, más suavidad, más tú. Porque no solo los cosméticos hacen milagros. Tu bienestar emocional también.
Más allá de una buena rutina de limpieza, hidratación y protección solar, hay gestos sencillos que puedes incorporar en tu día a día para que tu piel -y tú- se sientan mucho mejor:
Y si además te apetece, puedes probar con técnicas como el yoga facial, la aromaterapia o una mascarilla natural mientras lees o escuchas algo que te guste. No es cuestión de tiempo, es cuestión de intención.
La piel no solo necesita productos. También necesita descanso, cariño, límites y momentos de desconexión. Es el reflejo de cómo estás por dentro, y eso no se arregla solo con sérum. Así que la próxima vez que te veas "con mala cara", no te castigues. Pregúntate qué necesitas, no solo qué crema falta.