Nuestro cuerpo reacciona constantemente a lo que vivimos. A veces es sutil, como un suspiro que se escapa sin darnos cuenta. Otras veces es evidente: se nos eriza la piel al escuchar una canción que nos emociona, o sentimos el estómago encogido ante una decisión difícil. Son respuestas automáticas, gestionadas ...
Nuestro cuerpo reacciona constantemente a lo que vivimos. A veces es sutil, como un suspiro que se escapa sin darnos cuenta. Otras veces es evidente: se nos eriza la piel al escuchar una canción que nos emociona, o sentimos el estómago encogido ante una decisión difícil. Son respuestas automáticas, gestionadas por nuestro sistema nervioso, que traduce en sensaciones lo que emocionalmente nos está ocurriendo.
Estas reacciones -lo que podríamos llamar el "lenguaje del cuerpo emocional"- están mediadas por el sistema nervioso autónomo, que responde a nuestras emociones sin que lo decidamos. Cuando algo nos emociona, nos conmueve o nos descoloca, el cuerpo lo capta al instante. Es una forma de sabiduría ancestral que tenemos desde siempre, pero que hemos aprendido a silenciar en medio del ruido diario.
Por ejemplo, la piel de gallina no solo aparece con el frío. Es una reacción a la emoción intensa, a veces ante algo bello, otras ante algo que nos hiere. Es el cuerpo diciendo "esto me toca". Las mariposas en el estómago, aunque solemos asociarlas al enamoramiento, también aparecen frente a un cambio importante, una decisión difícil o una oportunidad que nos ilusiona y asusta al mismo tiempo. ¿Y qué me dices del nudo en la garganta? Ese que aparece cuando queremos decir algo pero no nos atrevemos, o cuando algo nos emociona hasta lo más profundo.
Muchas veces pensamos que tomar buenas decisiones requiere solo "cabeza fría". Pero el cuerpo también opina, y con razón. Si algo te genera paz, te relaja los hombros o te abre el pecho, probablemente sea una buena señal. Si, en cambio, te deja sin respiración o te revuelve el estómago, tal vez haya algo que necesitas mirar con más atención. Aprender a detectar esas microseñales no es debilidad, es inteligencia emocional.
Una práctica sencilla es parar unos minutos al día y preguntarte: ¿cómo estoy físicamente ahora? ¿Dónde noto tensión? ¿Qué sensación aparece si pienso en esto? A veces basta con observar. Otras, puedes ponerle nombre: miedo, ilusión, rabia, ternura. Y en ese ejercicio, muchas veces encuentras claridad sin necesidad de pensar tanto.
Nuestro cuerpo no distingue entre lo real y lo imaginado: si piensas en algo que te estresa, tu corazón se acelera igual que si lo estuvieras viviendo. Por eso es tan importante no pasar por alto esas señales. Ignorarlas hace que las emociones se acumulen y se conviertan en malestar físico. Pero si les haces caso, se liberan, se transforman y te dan información valiosa para actuar con más conciencia.
Esos pequeños escalofríos, los nudos en la garganta o las mariposas en el estómago son tu cuerpo hablándote de lo que importa. No estás exagerando, estás sintiendo. Y darte permiso para escuchar lo que pasa por dentro es una forma profunda -y muy sabia- de cuidarte. Porque cuando el cuerpo habla, lo más inteligente que puedes hacer… es escucharlo.