Cuando el alma tiene hambre (aunque acabes de comer)

Sonia Baños

Has comido hace poco, pero te sorprendes frente a la nevera. Buscas algo dulce. O algo crujiente. O algo salado, lo que sea. No es hambre de verdad, pero lo necesitas. Y lo necesitas ya. ¿Te suena? No estás sola. Muchas mujeres pasamos por esto y no siempre sabemos por qué. En esvivir.com queremos ponerle palabras a eso que sentimos cuando el cuerpo pide comida… pero en realidad, lo que tiene hambre es el alma.

09/07/2025

No es gula. Es emoción El llamado hambre emocional no empieza en el estómago. Nace en otro sitio: en la tristeza, en la ansiedad, en el aburrimiento, en la necesidad de afecto. Comemos no para alimentarnos, sino para calmar. Para tapar algo que nos duele, aunque a veces no sepamos qué ...

No es gula. Es emoción

El llamado hambre emocional no empieza en el estómago. Nace en otro sitio: en la tristeza, en la ansiedad, en el aburrimiento, en la necesidad de afecto. Comemos no para alimentarnos, sino para calmar. Para tapar algo que nos duele, aunque a veces no sepamos qué es exactamente.

La diferencia con el hambre real está en los matices. El hambre física aparece poco a poco, puedes esperar, puedes elegir entre distintas opciones, y desaparece cuando te sientes llena. En cambio, el hambre emocional es repentina, muy específica (te pide justo ese snack que sabes que no te conviene), y no se calma del todo aunque comas. Porque el vacío no está en el cuerpo.

Y esto no es algo raro, ni exclusivo de personas con trastornos de la alimentación. Nos pasa a todas en algún momento. La comida está ahí, es accesible, rápida… y muchas veces nos la han ofrecido desde pequeñas como consuelo: "No llores, toma un dulce". Así que no es extraño que recurramos a ella cuando estamos revueltas por dentro.

Pero cuando esta forma de comer se repite mucho, desconectamos de nuestras emociones. Y también de nuestras señales físicas: ya no sabemos si tenemos hambre de verdad o si solo necesitamos parar, respirar, abrazar, llorar o hablar con alguien.

¿Y si antes de abrir la nevera te preguntaras cómo estás?

No se trata de prohibir ni de obsesionarte con el control. Nadie necesita más presión. Se trata, más bien, de practicar la escucha. Antes de comer por impulso, puedes hacerte una pregunta muy sencilla:
¿Tengo hambre… o tengo otra cosa?

Tal vez estás cansada. O nerviosa. O aburrida. O necesitas cariño. A veces solo identificar lo que sentimos ya cambia algo. Porque darle nombre a la emoción es empezar a soltarla. Y quizá lo que necesitas en ese momento no sea un trozo de chocolate, sino cinco minutos de silencio, una caminata corta o una llamada a esa amiga que siempre te entiende.

Buscar alternativas también ayuda:

  • Escribir cómo te sientes
  • Hacer respiraciones profundas
  • Ponerte música y moverte un poco
  • Dejarte llorar si lo necesitas
  • Abrazarte (sí, literalmente)
  • Cuidarte con algo que no sea comida
     

No hay fórmulas mágicas. Cada una encuentra su manera. Pero sentir lo que realmente sientes es el primer paso para sanar. Aunque al principio duela un poco, aunque no sea inmediato.

Y, sobre todo, cuida cómo te hablas. A veces lo que más daño hace no es lo que comemos, sino la culpa que viene después. ¿Te castigas? ¿Te insultas por "haber caído otra vez"? La relación con la comida está muy ligada a cómo nos tratamos a nosotras mismas. Ser más compasiva, más amable contigo, es también parte del proceso.


A veces, el hambre no está en el cuerpo
No siempre comemos porque tengamos hambre real. A veces comemos para no sentir. Para no parar. Para no enfrentarnos a lo que duele. Reconocerlo no es un fracaso, es un acto de inteligencia emocional. Porque el hambre emocional no se combate con dieta, sino con cuidado. Con tiempo. Con amor propio. Y con la certeza de que mereces todo eso que alimenta de verdad, aunque no se encuentre en la despensa.

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