La maternidad sin estatus: por qué nuestra cultura no reconoce a las madres

Cristina B.

Mientras en muchas culturas ser madre eleva el prestigio y la voz de una mujer, en la nuestra suele implicar silencio, carga y olvido. ¿Qué consecuencias tiene esta invisibilidad simbólica y cómo podemos transformarla?

15/07/2025

Aquí, al convertirnos en madres, no ganamos un nombre nuevo ni un lugar más alto. A veces, incluso lo perdemos.Ser madre hoy: una transformación vital sin reconocimiento social Cuando una mujer se convierte en madre, su mundo cambia radicalmente. El cuerpo, la mente, las prioridades, el ritmo vital… todo se transforma. ...

Aquí, al convertirnos en madres, no ganamos un nombre nuevo ni un lugar más alto. A veces, incluso lo perdemos.

Ser madre hoy: una transformación vital sin reconocimiento social

Cuando una mujer se convierte en madre, su mundo cambia radicalmente. El cuerpo, la mente, las prioridades, el ritmo vital… todo se transforma. Es una mutación identitaria profunda que marca el inicio de una nueva etapa. Sin embargo, en nuestra cultura, esta revolución interna no va acompañada de un reconocimiento social de la maternidad. Ser madre no supone ganar estatus ni visibilidad. De hecho, muchas mujeres sienten que pasan a un segundo plano, convertidas en "las madres de", cuidadoras invisibles relegadas al ámbito privado.

Esta falta de reconocimiento tiene consecuencias emocionales. La maternidad sin estatus se vive como una pérdida de identidad, tiempo y espacio propio. Y cuando no hay una comunidad que valore y sostenga esta transformación, el impacto psicológico puede ser profundo.

El estatus de madre en otras culturas: una mirada global

El contraste es evidente si miramos la maternidad en otras culturas. En muchos países africanos, asiáticos o indígenas, convertirse en madre eleva socialmente a la mujer. En la China tradicional, por ejemplo, el nombre social de la mujer cambia y se convierte en "madre de [nombre del hijo]", reconociendo su nuevo rol central en la familia.

En la cultura yoruba (Nigeria), el concepto de àjà otorga a las madres un estatus espiritual y social elevado. En comunidades indígenas de México, la figura de la madre está conectada con lo sagrado: la madre tierra y la madre humana son fuerzas equivalentes. Las abuelas no son una carga, sino guardianas de sabiduría y autoridad comunitaria.

Incluso en el islam, la frase "el paraíso está a los pies de las madres" refleja una concepción profunda del papel materno. En todas estas sociedades, ser madre es motivo de prestigio, y no de invisibilidad.

¿Qué pasó en Europa? El declive del reconocimiento a las madres

Europa tampoco fue siempre así. En muchas comunidades rurales del pasado, tener un hijo implicaba un ritual de paso. La madre ganaba estatus dentro de la comunidad y las abuelas eran referentes clave. La menopausia era celebrada como una transición hacia la sabiduría, no como un declive.

Con la industrialización y el auge del modelo capitalista, la maternidad se confinó al espacio doméstico. La crianza pasó de ser una responsabilidad colectiva a una tarea privada. Esto rompió la cadena de transmisión entre mujeres y redujo la maternidad a un rol invisible y aislado, sin reconocimiento ni prestigio público.

La antropóloga Mari Luz Esteban, autora de El mapa no es el territorio, reflexiona sobre cómo las estructuras culturals modernes han fragmentado el cuidado y el vínculo materno, y cómo esto genera malestar estructural en las mujeres. La maternidad, dice, "se ha despolitizado y despojado de legitimidad simbólica, quedando reducida a una experiencia solitaria".


La matrescencia: poner nombre al cambio

Uno de los grandes problemas es la falta de lenguaje para nombrar lo que ocurre. La antropóloga Dana Raphael acuñó el término matrescencia para describir la transformación física, emocional y social que vive una mujer al convertirse en madre. Un proceso comparable a la adolescencia, pero en la adultez.

El hecho de que esta palabra aún sea desconocida en nuestra cultura revela el vacío simbólico en torno a la maternidad. En su lugar, dominan términos como "renuncia", "culpa", "agotamiento" o "conciliación imposible". Esto refleja una sociedad que no sabe (o no quiere) hablar de lo que supone ser madre hoy.

La periodista Meaghan O'Connell, en su libro And Now We Have Everything, describe este proceso como un "terremoto identitario", donde lo emocional, lo físico y lo social se derrumban para construirse de nuevo. Su relato es crudo, honesto y pone palabras al vacío simbólico que muchas mujeres experimentan.

También lo hace la doula y terapeuta Rachelle Garcia Seliga, que parla de restaurar "el tronco materno": una estructura ancestral que sostenía a la mujer en su proceso de maternidad. Para ella, el malestar materno no es individual, sino el resultado de una cultura que no cuida a quien cuida.

El coste emocional de una maternidad sin estatus

Esta invisibilidad de la maternidad tiene un precio. Muchas mujeres experimentan la crianza como un camino solitario, exigente y poco valorado. Se espera de ellas que lo hagan todo: criar, amar, trabajar, cuidarse... y hacerlo en silencio. Sin ayuda. Sin reconocimiento. Sin estatus.

Según un estudio de la Universidad de Deusto (2022), el 74% de las madres primerizas en España sienten que han perdido parte de su identidad durante el primer año de crianza. No por el hecho de maternar en sí, sino porque la cultura no ofrece espacios simbólicos ni comunitarios donde sostener esa transformación.

La falta de políticas públicas reales de apoyo a la maternidad, junto con un modelo laboral que castiga los tiempos de cuidado, convierte esta etapa en una fuente de desgaste. No porque criar sea en sí difícil, sino porque está despojado de apoyo y de sentido colectivo.

Construyendo una nueva cultura del cuidado

A pesar de todo, muchas mujeres están creando una nueva narrativa de la maternidad. Grupos de madres, círculos de apoyo, espacios de crianza compartida... florecen por todo el país. Son redes informales que devuelven a la madre un lugar de voz, comunidad y prestigio simbólico.

Reivindicar el estatus de madre no significa idealizar la maternidad, sino reconocerla como una transformación vital que merece ser escuchada, comprendida y sostenida. Crear una cultura donde ser madre sea también crecer, no solo cuidar.

¿Y si empezamos por algo sencillo?

Esta semana, prueba de decir a una madre cercana —una amiga, tu hermana, tu vecina, o incluso tú misma frente al espejo—:

"Te reconozco. Lo que haces importa. Tú también has vuelto a nacer."

A veces, el cambio empieza con una sola frase.
Y tal vez eso sea el inicio de una nueva cultura.


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