Con la llegada del verano, ya sea en la playa o en la piscina, son muchos los pacientes que, al salir del agua observan la huella que deja su pie. Es ahí cuando la gente acude a la consulta del doctor Mayral preocupados por si estarán apoyando el pie correctamente. Podemos ...
Con la llegada del verano, ya sea en la playa o en la piscina, son muchos los pacientes que, al salir del agua observan la huella que deja su pie. Es ahí cuando la gente acude a la consulta del doctor Mayral preocupados por si estarán apoyando el pie correctamente.
Cuando andamos, nuestro pie efectúa el siguiente movimiento: apoyamos el talón, continuamos por la parte externa del pie y terminamos con lo que llamamos la fase de propulsión, por la base del dedo gordo. Es en el momento en que apoyamos el pie cuando vemos si un pie es pronador, supinador o neutro.
La estructura del pie está hecha para tener cierto grado de pronación o, lo que es lo mismo, una amortiguación natural que nos previene de lesiones en pie, rodilla, cadera, etc. Pero en algunos casos existe una excesiva pronación, provocando que el talón se vaya hacia adentro. Esto no solo provoca dolor a nivel articular, sino también a nivel muscular y tendinoso. Nos encontraríamos ante el llamado pie pronador.
Si, por el contrario, el talón se va hacia fuera, estamos ante un pie más espástico, sin poder de amortiguación. Este tipo de pie se denomina pie supinador y también crea patologías asociadas como efectos negativos sobre la musculatura.
Para detectar posibles patologías, es importante realizar estudios de la marcha anuales. En muchos casos el tratamiento ortopodológico – una plantilla - es la mejor opción para evitar problemas a la larga e intentar paliar sus consecuencias.
El calzado es fundamental, junto con las plantillas, para ayudar a estabilizar el pie, siendo la parte posterior del zapato la más importante para ayudar a una buena colocación. Deberíamos utilizar zapatos con una buena amortiguación de la suela y que ésta fuera de unos 2-3 cm, sin llegar al exceso, para evitar la inestabilidad que pueda crear si es muy blanda.
Normalmente recomendamos una visita anual al podólogo para valorar como está el pie, ya no sólo a nivel biomecánico, es decir, para comprobar cómo andamos, sino también para analizar el estado de la piel y las uñas. En la consulta me encuentro a diario muchas patologías que no crean dolor, como son los hongos en las uñas, pero que deben tratarse.
Evidentemente, si hay una patología metabólica, como ser diabético, las visitas tendrían que ser cada dos o tres meses, si no hay patología.