Pero la realidad es que el feminismo también se construye en los pequeños gestos del día a día. En las decisiones cotidianas, en cómo educamos a nuestras hijas e hijos, en cómo nos hablamos entre mujeres, en cómo nos plantamos frente a una injusticia, aunque parezca mínima. Este es el feminismo ...
Pero la realidad es que el feminismo también se construye en los pequeños gestos del día a día. En las decisiones cotidianas, en cómo educamos a nuestras hijas e hijos, en cómo nos hablamos entre mujeres, en cómo nos plantamos frente a una injusticia, aunque parezca mínima.
Este es el feminismo cotidiano: ese que se vive en zapatillas, en casa, en el trabajo, en la calle. Y sí, puede parecer que no mueve montañas… pero vaya si las mueve.
Romper el ciclo desde lo cotidiano
No hace falta ser activista de profesión para contribuir al cambio. Revisar nuestros hábitos, nuestras palabras y nuestras decisiones es un acto profundamente feminista. Cuando decides no reírte de un chiste machista, estás marcando una diferencia. Cuando le enseñas a tu hijo a cocinar y a tu hija a usar herramientas, estás rompiendo con roles de género que han limitado a generaciones enteras.
El feminismo cotidiano empieza en casa, pero también se extiende a lo social: compartir el cuidado con tu pareja, cuestionar la carga mental que muchas veces recae solo en las mujeres, apoyar a otra mujer en una reunión donde no la escuchan, defender tu espacio personal sin sentir culpa. Todo suma.
Sororidad: el pegamento del cambio
Una de las formas más poderosas de ejercer el feminismo cotidiano es la sororidad. Apoyarnos entre mujeres, sin juicio, con empatía, es una revolución en sí misma. Vivimos en una cultura que históricamente nos ha enseñado a competir entre nosotras, a compararnos, a desconfiar. Cambiar eso requiere consciencia y voluntad.
Celebrar los logros de otra mujer, recomendar su trabajo, defenderla cuando no está, es también activismo. Porque si el sistema ha funcionado separándonos, nosotras podemos transformarlo uniéndonos.
Pequeñas acciones con gran impacto
A veces subestimamos el poder de una sola acción. Pero el feminismo cotidiano demuestra que no hay gesto pequeño cuando se trata de igualdad:
- Corregir el lenguaje: Decir "niñes" o "personas" en vez de asumir el género; nombrar en femenino profesiones históricamente masculinizadas (ingeniera, médica, jefa).
- Educar con perspectiva de género: Compartir cuentos con protagonistas femeninas fuertes, hablar sobre consentimiento desde la infancia, cuestionar estereotipos en los medios.
- Visibilizar y denunciar: No callar ante el acoso callejero, alzar la voz en redes sociales, apoyar campañas que promuevan la equidad.
- Elegir con conciencia: Apoyar marcas lideradas por mujeres, consumir arte y literatura feminista, votar por políticas públicas inclusivas.
El feminismo cotidiano no se trata de hacerlo todo bien todo el tiempo. No somos máquinas del cambio. A veces nos equivocamos, a veces caemos en roles aprendidos o repetimos frases que ya no nos representan. Lo importante es darse cuenta, aprender y seguir adelante.
Se trata de ser coherentes, no perfectas. De estar en proceso, de cuestionarnos, de desaprender sin culpa. Y, sobre todo, de hacerlo juntas. Porque cada pequeña acción va sumando, gota a gota, un inmenso mar de transformación. Lo que haces hoy, en tu casa, con tus amigas, en tu entorno, deja huella. Puede que no se vea en titulares, pero sí en las nuevas generaciones que crecerán con referentes más libres, más justos, más humanos.
Así que la próxima vez que dudes si tu gesto cuenta, recuerda: el feminismo cotidiano no necesita escenario, necesita compromiso. Porque en lo cotidiano también se cambia el mundo.