Cada vez más mujeres comparten una sensación parecida: estar cansadas incluso en vacaciones. Y no se trata de un cansancio físico, sino mental. Esa presión silenciosa de tener que sacarle el máximo provecho al verano, de demostrar que lo estamos pasando bien, de llenar cada hora libre como si el ...
Cada vez más mujeres comparten una sensación parecida: estar cansadas incluso en vacaciones. Y no se trata de un cansancio físico, sino mental. Esa presión silenciosa de tener que sacarle el máximo provecho al verano, de demostrar que lo estamos pasando bien, de llenar cada hora libre como si el descanso fuera un pecado capital.
Vivimos en una cultura que glorifica la productividad. Desde pequeñas, muchas mujeres hemos sido educadas en la idea de que nuestro valor está directamente relacionado con lo que hacemos, con cuántas cosas logramos tachar de nuestra lista diaria. Y claro, cuando llega el verano, esa mentalidad no desaparece. Solo cambia de forma.
En lugar de tareas laborales, aparecen actividades de ocio: organizar el viaje perfecto, redecorar la casa, empezar esa novela que lleva meses en la mesita de noche, retomar el ejercicio. Todo eso está muy bien… hasta que se vuelve una nueva fuente de ansiedad.
Vacaciones: ¿descanso o rendimiento?
Lo paradójico es que las vacaciones, que supuestamente están diseñadas para desconectar y recuperar energía, se convierten en otro escenario donde se nos exige rendir. Se espera que vivamos experiencias inolvidables, que publiquemos fotos espectaculares en redes sociales, que volvamos con anécdotas emocionantes. "¿No hiciste nada en verano?" puede sonar, en algunos círculos, como una herejía.
Pero la verdad es que descansar también es hacer algo. De hecho, es una necesidad física, mental y emocional. El cerebro necesita momentos de pausa para procesar, para crear, para sanar. No hacer nada no significa pereza o apatía, significa permitirnos simplemente ser sin la presión de hacer.
El ocio no tiene que ser productivo
Una de las trampas del verano moderno es que incluso el ocio se ha vuelto una competencia. Medimos nuestras vacaciones por la cantidad de lugares visitados, por lo "aprovechadas" que han sido. Pero ¿quién decide qué significa aprovechar bien el tiempo?
A veces, lo más reparador del mundo puede ser pasar una tarde tumbada al sol, mirando las nubes, sin más compañía que una limonada y nuestros pensamientos. O dormir sin despertador. O tener días sin planes, sin horarios, sin obligaciones. Porque reivindicar esos momentos no es un acto de rebeldía: es un acto de autocuidado.
El descanso también es productivo (aunque no se vea)
Descansar, aburrirse, desconectarse del ritmo frenético no solo es placentero: es necesario. Estudios demuestran que las personas que se permiten espacios de no hacer nada tienen más claridad mental, más creatividad y una mejor salud emocional.
Así que tal vez, este verano, el mejor plan sea no tener ninguno. Tal vez lo más revolucionario que puedas hacer sea quedarte en casa sin culpas, desconectar de redes sociales, tomar el sol sin prisas o simplemente sentarte en silencio a observar cómo el día transcurre.
Una invitación a soltar
No se trata de demonizar los planes ni de decir que está mal querer hacer cosas. Pero sí es importante preguntarnos desde dónde vienen esas ganas de estar siempre ocupadas. ¿Lo hacemos porque realmente lo disfrutamos? ¿O porque nos sentimos incómodas con el silencio, con la pausa, con el vacío?
Este verano, tal vez el reto no sea hacer más, sino hacer menos. Y en esa quietud, reconectar contigo misma. Volver al cuerpo, a la calma, a lo esencial. Porque descansar no es perder el tiempo. Es recuperarlo.