Vivimos en una época en la que parece que si no estamos constantemente ocupadas, disfrutando, viajando o descubriendo planes nuevos, nos quedamos fuera de algo valioso. Pero… ¿de dónde nace esa necesidad de llenar cada minuto y qué consecuencias tiene para nosotras? En redes sociales vemos a amigas viajando, colegas probando ...
Vivimos en una época en la que parece que si no estamos constantemente ocupadas, disfrutando, viajando o descubriendo planes nuevos, nos quedamos fuera de algo valioso. Pero… ¿de dónde nace esa necesidad de llenar cada minuto y qué consecuencias tiene para nosotras?
En redes sociales vemos a amigas viajando, colegas probando restaurantes, influencers en conciertos, parejas en escapadas románticas y hasta a desconocidos viviendo experiencias que parecen imperdibles. El resultado: sentimos que, si no estamos allí, también nosotras estamos perdiendo. Este fenómeno incluso tiene nombre: FOMO (Fear Of Missing Out), o miedo a quedarse fuera.
Pero más allá del anglicismo, lo que realmente ocurre es que medimos nuestra vida con un termómetro externo: lo que hacen los demás. Esa comparación constante nos hace pensar que debemos "exprimir" el tiempo al máximo para no quedarnos atrás.
¿Planes o disfrute real?
Hacer planes es maravilloso: nos da ilusión, nos conecta con amigas, nos permite romper la rutina. El problema aparece cuando llenar la agenda se convierte en una obligación y no en un deseo genuino.
Muchas veces, al estar tan ocupadas "haciendo", olvidamos lo esencial: sentir. Estar en un concierto no garantiza que lo disfrutes si tu mente está pensando en lo que te perderás mañana. Por otro lado, el querer abarcarlo todo trae un precio: agotamiento. No solo físico, sino también mental y emocional. Llenar la vida de planes puede parecer sinónimo de alegría, pero la saturación acaba generando el efecto contrario: ansiedad, falta de presencia y la sensación constante de no estar disfrutando lo suficiente.
Lo irónico es que buscamos experiencias para ser felices, pero al querer vivirlas todas, terminamos desgastadas y sin energía para disfrutarlas realmente.
Aprender a quedarnos fuera
No siempre necesitamos estar en todos los planes. A veces, lo mejor que podemos hacer por nosotras es aprender a decir no. Y no un "no" con culpa, sino con la certeza de que descansar, leer un libro en casa o simplemente no hacer nada también cuenta como experiencia valiosa.
Practicar el "quedarnos fuera" es un acto de autocuidado. Es recordarnos que no todo lo bueno ocurre allá afuera y que muchas veces lo más bonito sucede cuando nos regalamos tiempo de calma, intimidad y pausa.
Por eso, en vez de acumular planes, ¿qué pasaría si empezáramos a elegir con intención? Es decir, en vez de querer estar en todos lados, seleccionar aquellos momentos que realmente conectan con nosotras. Un café tranquilo con una amiga puede llenarte más que una fiesta masiva. Una caminata en solitario puede darte más paz que un viaje agotador de fin de semana. No se trata de hacer menos, sino de hacer lo que tiene sentido para ti.
Quizá lo que tememos no es quedarnos fuera de los planes, sino quedarnos fuera de nosotras mismas. El ruido, la prisa y la agenda llena nos desconectan de lo que sentimos en realidad. Y si no estamos presentes, da igual el plan: nunca será suficiente. Asimismo, estar dentro no significa estar en todos lados. Significa estar en ti, en tu momento, en lo que eliges vivir. Lo demás, aunque parezca tentador, puede esperar.
Así que la próxima vez que sientas que "te pierdes algo", respira y recuerda: no se trata de coleccionar experiencias como si fueran medallas. Se trata de vivir las que de verdad resuenan contigo. Porque, al final, la vida no se mide por la cantidad de planes, sino por la calidad de los instantes que decidimos habitar de corazón.