En muchas reuniones, las mujeres tienden a hablar más bajito, como si quisieran ocupar el menor espacio posible. No se trata de que no tengamos nada que decir, sino de un hábito aprendido: suavizar opiniones con un "creo que", un "perdón" o un "no sé si tiene sentido". Esta forma ...
En muchas reuniones, las mujeres tienden a hablar más bajito, como si quisieran ocupar el menor espacio posible. No se trata de que no tengamos nada que decir, sino de un hábito aprendido: suavizar opiniones con un "creo que", un "perdón" o un "no sé si tiene sentido". Esta forma de expresarnos puede pasar inadvertida, pero marca la diferencia entre ser escuchada con firmeza o que tus ideas se diluyan.
Durante años, a las mujeres se nos ha enseñado -de manera explícita o implícita- a no molestar, a no incomodar, a no parecer mandonas. Esa educación silenciosa se cuela en cada conversación: hablar bajo, no interrumpir, no ocupar demasiado tiempo, pedir permiso incluso para opinar. En consecuencia, muchas mujeres adaptan su tono a lo "seguro": quedarse cortas. Pero lo seguro no siempre es justo, ni para ti ni para tus ideas.
La voz no solo comunica contenido, también transmite identidad. Cuando hablas bajito o con dudas, el mensaje que llega no siempre refleja tu valor real. Y aunque todavía persiste la etiqueta de "intensa" o "agresiva" para quien se expresa con firmeza, recuperar tu voz es un paso hacia tu propia autenticidad.
Estos gestos no son casuales: son el reflejo de años de condicionamientos. Detectarlos es el primer paso para transformarlos.
No se trata de gritar ni de fingir un tono que no te pertenece. Se trata de permitirte sonar como eres, con claridad y presencia. Algunas prácticas que pueden ayudarte:
No importa si tu tono es suave, agudo, grave o pausado. Lo importante es que no sientas que debes esconderlo. Tu voz es una herramienta para posicionarte, para recordar que tu opinión tiene peso y que mereces ser escuchada sin disculpas.
Cuando hablas con claridad no solo transmites mejor, también refuerzas tu autoestima. Te recuerdas a ti misma que tienes derecho a estar ahí y que tu voz es válida por el simple hecho de ser tuya.