El gran apagón mental, entre la comodidad y el precio de dejar de pensar

J.Lizcano

Vivimos en una época fascinante y, al mismo tiempo, profundamente desconcertante. Tenemos acceso al conocimiento más vasto de la historia humana, pero parece que cada vez pensamos menos. Tenemos máquinas que pueden escribir, pintar, razonar y hasta "sentir", pero cada vez más personas sienten que no pueden competir con ellas.

27/10/2025

En esta paradoja digital se esconde una pregunta inquietante: ¿estamos viviendo la era dorada de la estupidez? La inteligencia artificial (IA) ha irrumpido como un meteorito en la atmósfera del pensamiento humano. En cuestión de meses, ha pasado de ser una herramienta futurista a una presencia cotidiana: escribe correos, diseña ...

En esta paradoja digital se esconde una pregunta inquietante: ¿estamos viviendo la era dorada de la estupidez? La inteligencia artificial (IA) ha irrumpido como un meteorito en la atmósfera del pensamiento humano. En cuestión de meses, ha pasado de ser una herramienta futurista a una presencia cotidiana: escribe correos, diseña campañas, corrige textos, hace resúmenes, traduce, programa y, por si fuera poco, responde a nuestras dudas existenciales. Pero esta comodidad tiene un precio. Cuanto más delegamos el pensamiento, más atrofiamos la capacidad de pensar.

Antes, recordar información era sinónimo de cultura. Hoy, tener buena memoria se percibe casi como una rareza innecesaria: "¿para qué memorizar si Google o ChatGPT lo saben todo?". La memoria, sin embargo, no es solo un depósito de datos: es el andamio sobre el que construimos la comprensión. Sin memoria, no hay profundidad. Y sin profundidad, no hay pensamiento crítico. Y sin pensamiento crítico, lo que queda es una sociedad que repite lo que las máquinas dicen, sin cuestionar si tiene sentido.

Lo más irónico es que la inteligencia artificial no es "estúpida" en sí misma. Lo que puede volverse estúpido es el uso que hacemos de ella. En lugar de aprovecharla para potenciar nuestro pensamiento, la usamos para evitar pensar. En lugar de aprender con ella, la usamos para que piense por nosotros. Y eso nos lleva a un punto peligroso: una humanidad hiperconectada, pero mentalmente desconectada.

El filósofo italiano Nuccio Ordine decía que la utilidad de lo inútil -leer, reflexionar, imaginar- es lo que nos hace humanos. Hoy, sin embargo, esas actividades parecen en decadencia. Todo debe ser rápido, inmediato, productivo. Las redes sociales nos entrenaron para consumir ideas como si fueran snacks intelectuales: pequeños, dulces y olvidables. La IA simplemente ha perfeccionado el modelo. Si antes éramos adictos al scroll, ahora somos adictos al prompt.

¿Y qué pasa con el trabajo?

Muchos sienten que su valor se diluye. Si una máquina puede hacer un informe en cinco segundos, ¿qué sentido tiene esforzarse? Pero quizá la pregunta correcta no es qué puede hacer la IA mejor que nosotros, sino qué podemos hacer nosotros que la IA jamás podrá hacer igual: dudar, crear desde la emoción, conectar con otros, cuestionar, imaginar el absurdo. La inteligencia artificial puede simular pensamiento, pero no conciencia. Puede imitar la creatividad, pero no el asombro.

Estamos, por tanto, ante una disyuntiva. Podemos usar la IA como una muleta que nos hace caminar menos, o como una palanca que nos impulsa a saltar más alto. La diferencia depende de la actitud con la que nos relacionemos con la tecnología. Si la tratamos como una sustituta, nos volveremos perezosos mentales. Si la tratamos como una aliada, podemos llegar más lejos que nunca.

La era dorada de la estupidez no es inevitable. Lo que sí es inevitable es el desafío de mantenernos lúcidos en medio del ruido digital. Ser inteligente, hoy, no significa saber mucho, sino saber pensar en un mundo que te invita a no hacerlo.

Tal vez no estemos viviendo la era dorada de la estupidez, sino la era dorada de la decisión: decidir si queremos ser espectadores de un futuro automatizado o los autores conscientes de un nuevo renacimiento del pensamiento.

Porque, al final, la inteligencia artificial no nos hace más tontos. Solo nos muestra con brutal claridad cuán dispuestos estamos a dejar de ser inteligentes.

El aguacate en la menopausia: beneficios, recetas y cómo incorporarlo a la dieta
La maternidad sin estatus: por qué nuestra cultura no reconoce a las madres
Reto 30 días para transformar tu vida sin azúcar y sin redes sociales

Cookie Consent

This website uses cookies or similar technologies, to enhance your browsing experience and provide personalized recommendations. By continuing to use our website, you agree to our Privacy Policy