Nos roba calma, confianza y nos desconecta de lo que sí está funcionando en nuestra propia vida. En esvivir.com te contamos cómo dejar de caer en esa trampa mental y recuperar la serenidad (y la autoestima). Por qué tendemos a compararnos Vivimos rodeadas de estímulos, y las redes sociales amplifican esa sensación ...
Nos roba calma, confianza y nos desconecta de lo que sí está funcionando en nuestra propia vida. En esvivir.com te contamos cómo dejar de caer en esa trampa mental y recuperar la serenidad (y la autoestima).
Vivimos rodeadas de estímulos, y las redes sociales amplifican esa sensación de que los demás siempre están mejor. Más guapas, más felices, más exitosas… Pero lo que vemos no es toda la historia, sino una versión editada. Aun así, nuestro cerebro interpreta esas imágenes como reales y empieza el juego de las comparaciones.
Compararnos es un mecanismo evolutivo: lo hacemos para ubicarnos socialmente. El problema surge cuando esa comparación se convierte en una medida constante de nuestro valor. Cuando en lugar de inspirarnos, nos frustra.
El primer paso para evitarlo es darnos cuenta de cuándo ocurre. A veces basta con parar y preguntarse: ¿esto me motiva o me hace sentir mal?
Dejar de compararte no significa ignorar a los demás, sino centrarte en ti. Cada persona tiene su ritmo, sus circunstancias y sus prioridades. Lo que para una es un éxito, para otra puede no tener sentido.
Empieza por observar tus propios avances, aunque sean pequeños. Haz una lista de lo que sí estás logrando, de tus fortalezas y de aquello que te hace sentir bien. No todo el progreso se mide en metas visibles: también cuenta la tranquilidad, la constancia o el haber dicho "no" a algo que no te convenía.
Recuerda: lo que vemos en los demás es una ventana, no un espejo. Y la única comparación realmente útil es contigo misma.
El entorno influye más de lo que creemos. Si pasas tiempo con personas que compiten constantemente o con perfiles en redes que te generan inseguridad, tu mente acaba agotada.
Haz una limpieza digital y emocional: sigue a quien te inspire de verdad, te haga reír o te enseñe algo valioso. Y, en lo personal, rodéate de gente que te sume, no que te reste.
También ayuda limitar el tiempo frente a las pantallas y practicar actividades que te reconecten contigo misma: leer, pasear, cocinar o meditar. Son pequeños gestos que te devuelven al presente y a tu propio ritmo.
La gratitud es uno de los antídotos más potentes contra la comparación. Cuando agradeces lo que ya tienes, dejas de mirar con envidia lo que falta.
Cada noche, anota tres cosas por las que te sientas agradecida: pueden ser sencillas, como una conversación bonita, un paseo al sol o un rato de descanso.
Y sobre todo, sé amable contigo. No tienes que ser la mejor versión de nadie, ni siquiera de ti misma todos los días. Basta con ser coherente y cuidar tu bienestar. La autocompasión no es debilidad: es respeto propio.
Evitar las comparaciones no es un acto de ego, sino de equilibrio. Es recordar que tu valor no depende de un "me gusta", un logro profesional o un cuerpo perfecto.
Cuando te eliges -con tus tiempos, tus logros y tus pausas-, dejas de mirar hacia fuera para empezar a vivir hacia dentro.
Porque la única medida que importa no es lo que tienen los demás, sino cómo te sientes tú con tu propia vida. Y ahí está la verdadera libertad.