Sin embargo, cada vez más mujeres aseguran que la clave para empezar el día con vitalidad no está en el café, sino en moverse antes de desayunar. Entrenar en ayunas -sí, sin haber comido nada- se ha convertido en una rutina que combina bienestar, foco mental y equilibrio físico. Qué pasa ...
Sin embargo, cada vez más mujeres aseguran que la clave para empezar el día con vitalidad no está en el café, sino en moverse antes de desayunar. Entrenar en ayunas -sí, sin haber comido nada- se ha convertido en una rutina que combina bienestar, foco mental y equilibrio físico.
Durante la noche, el cuerpo utiliza las reservas de glucosa para mantener funciones vitales. Al despertarnos, esas reservas están bajas, y si entrenamos en ese momento, el organismo recurre a la grasa almacenada como fuente de energía.
Esto favorece la oxidación de grasa y mejora la sensibilidad a la insulina, lo que se traduce en una mejor gestión del azúcar en sangre y un metabolismo más eficiente.
Pero los beneficios van más allá. Muchas mujeres que practican ejercicio en ayunas notan una sensación de ligereza y una mayor concentración. Al no tener el sistema digestivo activo, el cuerpo dirige toda la energía hacia el movimiento, lo que permite rendir más y sentirse más conectada con el propio cuerpo.
Eso sí, no todas las rutinas son adecuadas para hacerlo. Si eres principiante, empieza por ejercicios suaves como caminar, hacer yoga o un entrenamiento de fuerza ligero. Si te sientes mareada o sin energía, tu cuerpo te está diciendo que necesita combustible: escucha esas señales.
Entrenar en ayunas tiene múltiples beneficios, especialmente para la mujer, tanto a nivel físico como mental.
Muchas mujeres también destacan la sensación de control y bienestar que genera empezar el día habiendo hecho algo por una misma. No solo se trata del físico, sino de la satisfacción emocional de cuidar cuerpo y mente con un gesto sencillo.
El secreto está en la progresión y la escucha corporal. Si nunca has entrenado en ayunas, empieza con sesiones cortas de 20-30 minutos. Actividades como caminar a paso ligero, hacer bici estática, pilates o yoga matutino son ideales para comenzar.
Después del ejercicio, es importante romper el ayuno con una comida equilibrada. Combina proteínas (huevo, yogur griego, tofu), grasas saludables (aguacate, frutos secos, aceite de oliva) y carbohidratos de calidad (avena, fruta, pan integral). De esta forma, el cuerpo repone sus reservas y aprovecha al máximo los beneficios del entrenamiento.
Evita hacerlo si estás embarazada, tienes hipoglucemia o sufres mareos con frecuencia. En esos casos, es mejor tomar algo ligero antes de entrenar, como un plátano o un puñado de almendras.
Uno de los efectos más notables del entrenamiento en ayunas es la sensación de energía estable y duradera durante las horas posteriores. No se trata del subidón rápido del café, sino de una vitalidad constante que ayuda a mantener el foco y el buen humor durante toda la jornada.
El ejercicio temprano también mejora el descanso nocturno, regula el apetito y contribuye a mantener estables las emociones. En definitiva, no solo transforma el cuerpo, sino también la forma en la que afrontamos el día.
Entrenar en ayunas no es una obligación ni una moda milagrosa. Es una opción más, que puede ser muy beneficiosa si encaja con tu estilo de vida y tu energía.
La clave está en escuchar el cuerpo, no forzarlo y convertir este hábito en un momento de conexión contigo misma.
Porque entrenar en ayunas no es solo moverse sin desayunar: es una forma de empezar el día ligera, activa y con la mente despejada. Una práctica que, más allá del ejercicio, se convierte en una pequeña declaración de bienestar femenino.