En plena era de la saturación visual, el kitsch -lo excesivo, lo tierno, lo cursi sin culpa-, ha dejado de ser una broma estética para convertirse en dogma emocional. Hoy, el exceso ya no solo se acepta: se adora. La sociedad está cansada. Cansada de titulares tristes, de alertas rojas, de ...
En plena era de la saturación visual, el kitsch -lo excesivo, lo tierno, lo cursi sin culpa-, ha dejado de ser una broma estética para convertirse en dogma emocional. Hoy, el exceso ya no solo se acepta: se adora. La sociedad está cansada. Cansada de titulares tristes, de alertas rojas, de mensajes alarmistas. En ese contexto, la estética del exceso dulce funciona como refugio. Los colores caramelizados, los accesorios oversize, el glitter a plena luz del día… todo ofrece un abrazo visual. Es la iconografía del consuelo.
Peluches gigantes en camas de adultas, cocinas llenas de objetos "cute", bolsos que parecen juguetes y ropa con brillantes que antes solo pertenecían a cumpleaños infantiles. No se trata de nostalgia únicamente: es una búsqueda consciente de suavidad en tiempos duros.
Del meme al manifiesto
Lo kitsch ya no es un chiste. Tampoco una ironía posmoderna, es una declaración. La cultura pop lo ha canonizado: Hello Kitty en versiones de lujo, Barbie convertida en símbolo cultural del empowerment rosa, el "bimbo-core", la fiebre coquette… La purpurina ha dejado de ser entretenimiento para preadolescentes y ha mutado a estética militante.
Porque sí, porque lo adorable también puede ser político. Durante décadas, lo femenino fue sinónimo de superficial. El rosa, despreciado. El brillo, caricaturizado. Hoy, muchas mujeres lo toman como arma simbólica: "Si lo femenino fue infravalorado, pues ahora lo convierto en mi escudo y mi grito".
No es casual que este boom coincida con un momento de autoafirmación femenina global. Vestirse como una muñeca puede ser más irreverente que llevar traje sastre.
¿Exceso liberador o nueva exigencia?
Pero como toda revolución estética, esta también tiene sombra. ¿Hasta qué punto la cultura de lo adorable es libertad? ¿Y cuándo empieza a ser presión? La dulzura absoluta, el brillo constante, la perfección "cute"… también pueden convertirse en una demanda más: ser femenina, pero divertida; estética, pero accesible; dulce, pero atrevida.
Lo cursi ya no se oculta, pero ahora parece que mostrarlo "bien" también exige destreza. Pasamos del juicio al minimalismo perfecto… al juicio del exceso perfecto.
En ese equilibrio frágil, las mujeres navegan un nuevo territorio estético: disfrutar del juego sin ser absorbidas por él. Ser sofisticadas y suaves, críticas y glamorosas, profundas y brillantes. Un reto más, porque nosotras nunca lo hemos tenido fácil ni en la moda ni en la vida.
La estética como armadura emocional
Más allá de la tendencia, hay algo profundamente humano aquí: la necesidad de belleza, aunque sea exagerada, aunque sea infantil, aunque no "encaje" en los códigos serios. Brillar funciona como una armadura emocional. Y no hay nada trivial en eso.
El exceso es escape y declaración. No es solo lentejuela: es voluntad de alegría. Es rebelión contra la austeridad emocional y visual. Es el derecho a ocupar espacio con luz y color, aunque incomode a quien prefiere la sobriedad como sinónimo de sofisticación.
Quizá lo valioso de esta tendencia no sea el lazo en el pelo ni la purpurina en las uñas. Sino el mensaje silencioso que trae: podemos elegir la dulzura sin renunciar a la fuerza. Podemos ser brillantes y serias. Frágiles y valientes. Cute y poderosas.
Al final, el kitsch del exceso no viene a destruir la elegancia tradicional. Viene a democratizar la belleza emocional. Y si para eso hay que llenar el mundo de glitter, lazos XXL y sonrisas brillantes, pues que nadie apague la luz.