¿Te pasa que mientras contestas un mensaje estás pensando en la cena, revisando el correo y recordando que tienes que poner una lavadora? Bienvenida al club de la multitarea crónica. Vivimos en una sociedad que aplaude a las mujeres capaces de hacerlo todo… aunque eso signifique no disfrutar de nada. El ...
¿Te pasa que mientras contestas un mensaje estás pensando en la cena, revisando el correo y recordando que tienes que poner una lavadora? Bienvenida al club de la multitarea crónica. Vivimos en una sociedad que aplaude a las mujeres capaces de hacerlo todo… aunque eso signifique no disfrutar de nada.
Durante años se nos ha hecho creer que ser multitarea es una virtud, una prueba de eficiencia y capacidad. Pero la realidad es otra: cuando dividimos nuestra atención, perdemos concentración, energía y calidad. Nuestro cerebro no está diseñado para procesar varias tareas complejas al mismo tiempo, y ese cambio constante de foco nos agota más de lo que imaginamos.
El resultado es ese cansancio invisible que llega sin avisar a media tarde, la sensación de estar ocupada todo el día pero sin avanzar realmente, y la culpa constante por no haber hecho "bastante". La multitarea no nos hace más productivas: nos hace más dispersas, menos presentes y, muchas veces, más frustradas.
Si te ves reflejada, tranquila. No se trata de falta de disciplina, sino de exceso de exigencia. Hemos normalizado vivir aceleradas, confundiendo productividad con valor personal. Pero nadie nos enseña a bajar el ritmo sin sentirnos menos válidas.
Haz menos, pero mejor. Empieza el día eligiendo tres tareas importantes y céntrate solo en ellas. Menos lista, más foco.
Silencia distracciones. Las notificaciones, los grupos de chat y la multitarea digital son auténticos ladrones de atención. Reserva momentos específicos para revisar el móvil o el correo.
Crea rituales entre tareas. Respira, estírate o toma un vaso de agua antes de cambiar de actividad. Son pequeños gestos que ayudan al cerebro a cerrar una pestaña antes de abrir otra.
Practica la presencia. Al cocinar, caminar o ducharte, intenta hacerlo con plena atención. Verás cómo el tiempo parece rendir más y la mente se serena.
No se trata de convertirte en una monje zen, sino de recuperar tu propio ritmo. El cuerpo y la mente funcionan mejor cuando no viven en modo "carrusel".
Una de las trampas más comunes es creer que, si no haces varias cosas a la vez, estás perdiendo el tiempo. Pero el descanso no es una recompensa: es parte del proceso.
Permítete momentos sin propósito. Tomarte un café sin mirar el móvil, mirar por la ventana o dar un paseo sin auriculares. Son pequeñas pausas que te devuelven al presente y recargan tu energía.
Porque hacer menos no significa rendirse. Significa cuidar mejor de ti, de tu atención y de tu bienestar.
Reducir el ritmo no es un fracaso, es una conquista. Curiosamente, cuando haces una cosa a la vez, no solo disfrutas más, también eres más eficiente: cometes menos errores, reduces el estrés y logras resultados más sólidos.
Piensa en ello como una nueva forma de poder: el poder de elegir dónde pones tu atención.
Ser multitarea no te hace más fuerte, te hace más cansada. Valora la pausa, la concentración y el silencio como aliados, no como pérdidas de tiempo.
Porque la verdadera fortaleza no está en hacerlo todo, sino en saber cuándo parar. Y en ese momento, por fin, volverás a sentirte en calma.